Normalmente soy una indómita ciclista. Crecí sobre dos ruedas, algo normal si has vivido en "la ciudad de las bicicletas", o sea Ferrara, pequeña ciudad del norte de Italia con un altísimo número de ciclistas de todas las edades. Si vas en bicicleta en la Llanura Padana aprendes a no temer ni el sol abrasador de verano, ni el viento y la lluvia de primavera y otoño, ni la nieve, el hielo y las nieblas de invierno.
Así que hoy, 27 de Noviembre, he decidido regalarme el lujo de ir y volver en taxi, si señor.
En el trayecto miraba fuera de la ventanilla del coche y la mezcla del agua que cae, el alumbrado navideño encendido, las gotas de lluvia sobre el cristal, los faros de los coches, los paraguas...todo eso junto creaba un caleidoscopio de infinitos colores y destellos. Saqué la cámara y empecé a sacar fotos, unas imágenes que _me dí cuenta solo después_ transcienden el límite de la realidad para hacerse imaginación, o arte abstracta.
Esta explosión de color y luz entró en mi cámara y entró en mi. Que viaje en taxi más bonito e inspirador.
Pero yo no era la única en flipar en colores: el taxista, delante mío, me miraba a través del espejo retrovisor con cara de interrogante, seguramente preguntándose a que clase friqui de turista yo pertenecía. Le sonreí y volví otra vez la mirada hacía fuera.